Más allá de su escandalosa complicidad con los fondos buitre hay que recordar que todo el aparato institucional y jurídico de Estados Unidos y, por extensión, la normativa que prevalece en gran parte de la economía mundial tiene por objetivo garantizar la reproducción ampliada del capital y, sobre todo, de su fracción hegemónica: el capital financiero. Si no hubiera sido Griesa otro juez habría hecho lo mismo. El reciente libro de Nicholas Shaxson, Las Islas del Tesoro (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2014) demuestra que es absolutamente imposible entender al capitalismo contemporáneo al margen de la ilegalidad (aparte de la inmoralidad) institucionalizada en los "paraísos fiscales", en realidad, "guaridas fiscales" en donde se blanquean las exorbitantes ganancias producto de sus operaciones especulativas y sus fraudulentas maquinaciones. Dice Shaxson en las páginas iniciales de su libro: "Nadie ha refutado la afirmación de que Gran Bretaña está posada como una araña en el centro de una vasta telaraña internacional de paraísos fiscales, desde donde atrapa billones de dólares en forma de negocios y capitales provenientes de todo el mundo para encauzarlos hacia la City de Londres. ... Nadie niega que Estados Unidos se haya convertido en un gigantesco paraíso fiscal. ... nadie ha logrado siquiera aproximarse a refutar la investigación o el análisis que pone en evidencia la vertiginosa escala del daño que han causado al mundo esas guaridas libertarias y elitistas, infestadas de delincuentes, que actúan como silenciosos arietes de la evasión fiscal y la desregulación financiera." (p. 14) Si, como lo prueba irrefutablemente Shaxson, "Estados Unidos es un gigantesco paraíso fiscal" es ingenuo esperar una respuesta distinta de la que produjo Griesa. El accionar de los fondos buitre expresa fielmente las reglas del juego imperantes en esas guaridas de bandidos y tahúres. La respuesta del gobierno argentino debe, por lo tanto, sortear el tramposo laberinto legal norteamericano dentro del cual no hay alternativas. La respuesta debe ser política, denunciando la legalización del saqueo que cometen los fondos buitre y fijando una estrategia de reafirmación de la soberanía nacional para enfrentar su chantaje. Claro que esto exigirá, en el plano doméstico, reorientar la política económica en una dirección congruente con ese objetivo, lo que implica, entre otras cosas, llevar adelante una profunda reforma tributaria que grave las enormes ganancias del capital más concentrado (ese que, según la presidenta, "la junta con pala"), derogar la Ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz, la Ley de Inversiones Extranjeras de Cavallo, restablecer los aportes patronales eliminados bajo el gobierno de Menem, nacionalizar el comercio exterior y poner en marcha una política heterodoxa de combate a la inflación que preserve el poder de compra de los asalariados y evite que la vaporización de la inversión social. Sin esta reorientación de la política económica no habrá posibilidades de sortear la grave amenaza que plantea la extorsión de los fondos buitre, legitimada por todo el aparato legal e institucional norteamericano.
La prensa hegemónica se ha solazado el día de ayer ante una nota del semanario británico The Economist en la que se acusa al gobierno argentino de ser “el Luis Suárez de las finanzas internacionales”. En ella se sostiene que al no respetar las reglas que rigen la economía mundial el gobierno argentino incurre en una actitud adolescente: “las reglas están para ser rotas”. De esto también acusa al presidente oriental José Mujica por sus comentarios en torno a la sanción aplicada al futbolista uruguayo. Pero si hay un país que ha hecho de la transgresión de las reglas y las normas del orden mundial un verdadero culto ese país es Inglaterra, y no los díscolos vecinos del Plata. Repasemos unos pocos ejemplos. Gran parte de la tragedia que hoy se vive en Oriente Medio tiene que ver con la criminal irresponsabilidad con que el Reino Unido violó los acuerdos y los usos y costumbres internacionales para preservar su influencia en la región después de la Segunda Guerra Mundial. No se puede comprender, por ejemplo, la tragedia del conflicto árabe-israelí sin esa actitud “adolescente” de la corona británica. Otro tanto ocurre en el caso de Irak, en donde la complicidad de Londres con la aventura criminal de la Casa Blanca es el origen de la crisis que actualmente desangra a ese país. Otro ejemplo, más cercano: la terca negativa de Londres a obedecer lo que exige la resolución Nº 2065 de la Asamblea General de Naciones Unidas que instó al Reino Unido a iniciar conversaciones con la Argentina para poner fin a la condición colonial de las Islas Malvinas. Esa resolución es del año 1965 y casi medio siglo después Londres persiste en desobedecerla. O el hecho que de los 16 territorios coloniales reconocidos por el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, 9 se encuentren todavía, al día de hoy, sometidos al dominio británico, en abierta violación al mandato de la organización internacional. Por lo tanto, si de violar las reglas se trata la evidencia sobre la condición de “eterna adolescente” de Inglaterra es abrumadora, lo que debería ser un incentivo (palabreja tan del gusto de The Economist) para imponer cierta mesura a sus diatribas sobre los gobiernos del Río de la Plata y mirar un poco más hacia adentro, para evitar aquello de descubrir la paja en el ojo ajeno ignorando la viga incrustada en el propio
Fuente:
Atilio Boron