Como sociólogo del CONICET, Jorge Castro Rubel se dedica a investigar conflictos sindicales. En diciembre del año pasado, se enteró de que sus padres eran dos militantes sindicales desaparecidos y se convirtió en el nieto recuperado número 116
Están quienes piensan que las casualidades existen. Otros que creen en la intuición. Algunos lo ven como un llamado del destino. Puede que la historia de Jorge Castro Rubel tenga algo de eso. Estudió sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA), en 2005 ingresó como becario al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), y desde el 2012 se desempeña como investigador asistente en el Instituto de Investigaciones Gino Germani estudiando la relación entre el conflicto sindical y la cultura.
Hasta ahí, una historia similar a la de muchos. Pero el 4 de diciembre de 2014, recibió una noticia (emparentada con su objeto de estudio) que le cambiaría la vida. Se enteró, a través de un análisis de ADN, que sus padres biológicos no eran quienes lo criaron, sino que era hijo de dos desaparecidos durante la dictadura. Jorge Rubel Castro se convirtió, entonces, en el último nieto identificado por las Abuelas de Plaza de Mayo
Desde muy joven Jorge cultivó interés por la política: en su casa se hablaba mucho del tema. Ya en la secundaria le gustaba leer los diarios y estar informado. Cuando tuvo que emprender sus estudios universitarios se debatía entre la filosofía y la sociología, hasta que se inclinó por esta última. Se graduó, pasó por algunos trabajos pequeños, y en 2004 se presentó, con pocas expectativas, a una beca doctoral del CONICET.
“Hasta ese momento, en las convocatorias entraba muy poca gente, pero en ese año se abrió una convocatoria grande. Comencé como becario doctoral, postdoctoral, después carrera y actualmente soy investigador asistente”. Como el conflicto social y la protesta eran temas que siempre le habían interesado, decidió que los abordaría en su trabajo. Para su tesis doctoral se enfocó en la experiencia de organización y desarrollo sindical de los trabajadores del subterráneo de Buenos Aires entre 1994 y 2007. Hoy, Jorge está desarrollando un instrumento de recolección de datos para abordar la relación entre el conflicto y la cultura. Su rutina diaria es la típica de los investigadores en ciencias sociales: hacer encuestas, entrevistas y consultar material bibliográfico para luego procesarlos.
Más allá de su desempeño profesional, el investigador (de 37 años, que vive en Villa del Parque, está casado y tiene dos hijos) se enteró recién en agosto de 2014 a través del relato de una tía que quienes lo criaron no eran sus padres. Nunca había tenido dudas sobre sus orígenes. Acceder a esa información después de tantos años, para él, significó “una gran conmoción”, aunque también siente que por su edad, tiene más herramientas para poder asimilar una noticia tan compleja. “Estos meses fueron muy intensos, de procesar mucha información. Son demasiadas cosas en muy poco tiempo”.
Cuarenta y cinco días después de enterarse de la noticia, con el interrogante de cuáles eran sus orígenes, Jorge se presentó en Abuelas de Plaza de Mayo para hacerse un análisis de ADN. “Habiendo nacido en 1977 entendía que el camino lógico era acercarme a Abuelas para confirmar o descartar si era hijo de desaparecidos. Mi objetivo era conocer mi origen teniendo en cuenta además que podía haber familiares o amigos buscándome durante muchos años”. Entonces, llegó la verdad.
El 4 de diciembre de 2014 recibió el llamado de Claudia Carlotto, titular de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), que le confirmaba que era hijo de Ana Rubel y Hugo Castro, activista sindical de la organización político-militar Frente Argentino de Liberación (FAL). “Nunca imaginé que iba a tener un nexo tan directo con mi objeto de estudio”, dijo por entonces Rubel. Para su tesis había leído y averiguado lo que fueron las coordinadoras (los núcleos de militantes) en el ´75. Y también sobre la historia sindical en Argentina.
Según pudo reconstruir, Jorge nació en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y horas después de ese día de 1977 dos militares (un policía federal y un integrante de inteligencia naval) lo llevaron a Casa Cuna porque estaba en muy malas condiciones, de bajo peso y cianótico. Pero el médico de turno decidió llevarlo a su casa y adoptarlo como propio, sin contarle nunca esa historia, hasta ahora.
Desde que supo la verdad Jorge conoció a sus primos y tíos. “Tenemos una buena relación, nos estamos conociendo de a poco. Por medio de ellos estoy conociendo a mis padres. Ellos tenían información muy desalentadora sobre mí, estos años los pasaron con mucha incógnita, porque nací con muy bajo peso. Tenían incertidumbre y pocas expectativas de que estuviera con vida”.
Fueron muchos cambios en poco tiempo. A sus hijos les va contando la noticia en dosis. “Ellos ven mi conmoción y preguntan, y yo les cuento lo que voy sabiendo de sus abuelos y de mí”. A futuro, Jorge se sigue viendo como investigador del CONICET, aunque vislumbra la posibilidad de que se abran otras líneas de investigación. “Todavía es prematuro para pensarlo, pero estoy en el medio de una línea de trabajo que podría derivar en revisar algunas cuestiones que tengan que ver con la militancia sindical o político militar directamente en los ´70″, cuenta.
El martes 24 de marzo será el primer Día Nacional por la Verdad, Memoria y Justicia que pasará sabiendo su verdadero origen. En años anteriores solía ir a las marchas en Plaza de Mayo. Este año viajará a Resistencia invitado por la Agrupación HIJOS de esa ciudad. Es que su mamá, Ana Rubel, era nacida en Resistencia. Y hay otro punto paradójico en la historia: su actual mujer también es oriunda de esa ciudad. Por eso, desde hace años Jorge va de visita a la capital chaqueña. “Como científico que soy, yo no creo en intuiciones ni en nada relacionado con el pensamiento mágico. Para mí ese detalle también es otro punto de coincidencia (se encoje de hombros Jorge). Pura casualidad”.
Referencia: CONICET